jueves, 21 de mayo de 2020

La escalada de Atención Primaria


Quería relatar mis impresiones, como médico de Atención Primaria (AP), de la actual pandemia por el SARS-COV-2.

No quisiera hacer un escrito de crítica hacia los gobernantes y administraciones. Creo que cualquier medida que se hubiera tomado, dado el actual estado de desconocimiento, sería igualmente criticable.

Sabemos de la eficacia de mantener la distancia social (entre 1 y 2 metros según las fuentes que leas), la eficacia del lavado de manos con agua y jabón o con gel hidroalcohólico, y la eficacia de toser sobre nuestro codo evitando que nuestras secreciones lleguen a nuestros prójimos. Así como el aislamiento de los casos sospechosos tan pronto como se inician los síntomas y probablemente de todos sus contactos estrechos, incluidos aquellos cuyo contacto se ha producido incluso los días previos a la aparición de los síntomas del caso. Esto es necesario que llegue a toda la población, porque es primordial para controlar la pandemia y tenemos evidencia de que son medidas que funcionan.

Pero ahora deberíamos hablar de lo que no sabemos.


No sabemos de la eficacia que supone el confinamiento de toda la población. Nunca se habían confinado poblaciones enteras, tan grandes, durante tanto tiempo. Ni siquiera vale hoy que comparemos distintas poblaciones en las que se han tomado distintas medidas. Porque la distinta composición de las poblaciones, los distintos presupuestos de los modelos matemáticos empleados, las distintas condiciones climáticas, las distintas culturas y hábitos sociales probablemente invaliden dichas comparaciones. Diversos estudios ponen en duda la eficacia de esta medida.

Se debate sobre la eficacia de las distintas mascarillas en la prevención de la diseminación de la infección. Hay alguna evidencia de su eficacia cuando un enfermo utiliza una mascarilla quirúrgica para prevenir el contagio demás. No la hay de su uso por la población sana. Hay distintos trabajos con resultados contradictorios y de una calidad no muy elevada. Me parece que entra dentro de la lógica la recomendación gubernamental de recomendar el uso de mascarilla cuando no se puede guardar el distanciamiento social, sobre todo en ambientes donde pueda haber más riesgo de infección (aglomeraciones, centros sanitarios, en focos de infección).

No sabemos de la eficacia de las desinfecciones de calles y edificios. No conozco que se haya hecho ningún estudio al respecto. Parece que el virus aguanta como mucho algún día en determinadas superficies, aún a baja concentración lo que hace que su capacidad infectiva sea baja, ¿cada cuánto habría que desinfectar? ¿cada día?

Tampoco sabemos que haya ningún tratamiento farmacológico eficaz contra el virus.

Por eso me cuesta digerir el miedo actual aunque sea como una herramienta para conseguir el confinamiento, ya que va en contra de una información veraz a la población para que tome las riendas de su salud. Me cuesta aceptar la corriente en favor del uso generalizado de mascarillas y guantes y su imposición a todos, y me cuesta ver el uso de agua y lejía indiscriminado en las calles en la búsqueda de una imposible asepsia.

El otro día, en la cola para entrar en el supermercado llena de guantes y mascarillas, estaban hablando del tabaco y del coronavirus. Claro, preguntaron mi opinión. Yo no acerté a decir más que el coronavirus ha matado a 25.000 personas, y que el tabaco sólo el año pasado mató a 50.000 fumadores (más de 1.500 a 3.000 personas fumadoras pasivas). No quiero banalizar las muertes por Covid19, ni mucho menos, pero creo que nos vendría bien una visión más amplia para una correcta estimación del riesgo.

¿Cómo afrontará la AP la “desescalada”? Siempre oímos de nuestros gestores que el sistema sanitario debe sostenerse sobre una AP potente, eje central de dicho sistema. Quizás esta vez de verdad sea así. Espero que si de nuevo tenemos que enfrentarnos a un foco, esta vez estemos más preparados. Que sepamos algo más de a qué nos enfrentamos (hay que recordar que el virus ya estaba circulando en la comunidad de forma importante en febrero y nosotros no sabíamos nada, atendiendo lo que pensábamos eran catarros y síndromes gripales) y que tengamos herramientas para hacerlo (equipos de protección y test diagnósticos).

En esas condiciones la AP podrá hacer el estudio de casos y el aislamiento de ellos y de sus contactos (lo que requerirá coordinación entre distintas áreas de atención, así como con Salud Pública y Riesgos Laborales), que es exactamente lo que deberíamos haber podido hacer al comienzo de la pandemia. Deben dejarnos ser los verdaderos gestores del flujo de pacientes entre la comunidad y el medio hospitalario, coordinándonos con este. Potenciándonos con los suficientes medios y personal podremos evitar la saturación de los servicios de urgencias hospitalarias y reducir el flujo de pacientes que requieran ingresos en planta o UCI.

Tenemos que conseguir la colaboración de la población, una vez más. Debemos conseguir, entre nosotros, la administración, medios de comunicación, sociedades científicas y el asociacionismo civil, que la población entienda y acepte que la atención en los centros de salud debe cambiar: Que debemos evitar que las personas se acumulen en las salas de espera por el riesgo de contagio que ello supone, que debemos potenciar la atención no presencial (telefónica, gestión online). Que el esfuerzo asistencial que la atención a esta pandemia nos va a exigir va a hacer necesario que disminuyamos nuestra accesibilidad para poder centrarnos en la atención de las necesidades reales de la población y que para ello deberemos potenciar la equidad, la promoción de la salud y la atención familiar y comunitaria.

No quiero terminar sin dejar de dar las gracias a mis compañeros de profesión, a mi equipo, a aquellos a los que ha tocado gestionar con todo esto y a toda la población, por el estoico aguante de esta situación.

Iván Vergara Fernández.

Médico rural especialista en MFYC.
Plataforma Navarra de Salud.

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